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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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23-05-2016

 

¿Golpe de Estado o fiasco?

Michel Temer / Foto: AFP, Evaristo Sa

 

SURda

Brasil

Opinión

Immanuel Wallerstein


La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, estará suspendida de su cargo mientras esté sometida a juicio por parte del Senado. Si se le encuentra culpable será retirada del cargo, que es lo que se entiende en Brasil por enjuiciamiento . Todos los que han estado intentado seguir los últimos meses de maniobras políticas, incluso los brasileños, pueden tener excusa de estar algo confundidos por las tantas vueltas que ha dado el proceso.

¿Cuál es el punto aquí? ¿Es éste un golpe de Estado constitucional, como le ha llamado en repetidas ocasiones la presidenta? ¿O es un acto legítimo que apela a la responsabilidad de la presidencia por las graves fechorías de ella y de miembros de su gabinete y asesores, como alega la oposición ? Si es esto último, ¿por qué ocurre esto apenas ahora y no, digamos, durante el primer periodo de Rousseff en la presidencia, antes de que fuera electa con tanta facilidad en 2015 con un margen significativo?

Rousseff es parte del Partido dos Trabalhadores (PT), que ha sido encabezado durante mucho tiempo por su predecesor en el cargo, Luiz Inácio Lula da Silva (Lula). Un modo de ver estos eventos es como parte de la historia del PT –su llegada al poder y ahora su salida del poder (algo que es bastante probable).

¿Qué es el PT y qué ha representado en la política brasileña? El PT se fundó en 1980 como un partido opuesto a la dictadura que había gobernado Brasil desde el golpe de 1964. Era un partido socialista y anti-imperialista, que reunía a grupos marxistas, asociaciones civiles, como la Central Única dos Trabalhadores (CUT), el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (Los Sin Tierra o MST) y movimientos católicos persuadidos de la teología de la liberación.

Desde el punto de vista tanto de los militares como de los tradicionales partidos del establishment en Brasil, el PT era un peligroso partido revolucionario, que amenazaba las estructuras conservadoras económicas y sociales del país. Estados Unidos consideró su anti-imperialismo como algo dirigido primordialmente a contrarrestar el papel dominante de Estados Unidos en la política de América Latina, lo que en realidad era así.

No obstante, el PT no buscó el poder a través de una insurrección guerrillera, sino más bien mediante elecciones parlamentarias sostenidas y respaldadas por manifestaciones extra parlamentarias. Le llevó cuatro elecciones presidenciales el llevar finalmente a un candidato del PT (Lula) al cargo, lo que ocurrió en 2003. El establishment brasileño nunca esperó que esto ocurriera y nunca aceptó que posiblemente pudiera continuar. Y tal vez han empeñado todos sus esfuerzos desde entonces a derrocar al PT. Abrieron una brecha grande en 2016. Los historiadores del futuro podrán muy bien ver el periodo 2003-2016 como los 15 años de interludio del PT.

¿Qué ocurrió, de hecho, en este interludio? El PT en el cargo fue bastante menos radical de lo que sus oponentes temían, pero lo suficiente radical como para hacerlos desear, implacables, su destrucción, no sólo como los detentadores del cargo presidencial, sino como un movimiento con un lugar legítimo en la política brasileña.

Si el PT fue capaz de llegar al poder electoral en 2003, fue debido a la combinación del creciente atractivo de su programa y su retórica, y de la caída de la fuerza geopolítica de Estados Unidos. ¿Y qué hizo el PT con su periodo en el cargo? Por un lado buscó socorrer a los estratos más pobres de Brasil mediante un programa redistributivo conocido como Fome zero (Hambre cero), que incluía la Bolsa familia (estipendio familiar), que de hecho mejoró el nivel del ingreso y redujo las enormes inequidades que sufría Brasil.

Además, la política exterior brasileña bajo el PT marcó un viraje significativo de la histórica subordinación de Brasil a los imperativos geopolíticos de Estados Unidos. Brasil asumió el liderazgo en la creación de estructuras autónomas latinoamericanas que incluían a Cuba y excluyeron a Estados Unidos y Canadá.

Por otra parte, las políticas macroeconómicas permanecieron bastante ortodoxas desde el punto de vista del énfasis neoliberal en las orientaciones de mercado de las políticas gubernamentales. Y las múltiples promesas del PT relativas a la prevención de la destrucción ambiental nunca se implementaron seriamente. El PT tampoco llevó a cabo sus promesas de una reforma agraria.

En resumen, su desempeño como movimiento de izquierda fue una bolsa mezclada. El resultado es que la deserción de grupos dentro del partido y en las más amplias alianzas políticas fue constante. Esto debilitó su posición e hizo posible que en 2015 los enemigos del PT instrumentaran un plan para destruirlo.

El escenario fue simple. Se centró en cargos de corrupción. La corrupción ha sido masiva y endémica de la política brasileña, y las figuras importantes del propio PT no estuvieron exentas, en modo alguno, de estas prácticas. La única persona que no estuvo sujeta a tales cargos fue Dilma Rousseff. ¿Qué había que hacer? La persona que tomó a su cargo la conducción del proceso de enjuiciamiento, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (un cristiano evangélico), fue también retirado de su cargo al ser acusado de corrupción. ¡No importa! El proceso continuó sobre la base de que Dilma Rousseff faltó a su responsabilidad de contener la corrupción. Esto hizo que Boaventura dos Santos Sousa resumiera la situación diciendo que una política honesta era sacada del cargo por los más corruptos.

Rousseff ha sido suspendida del cargo y su vicepresidente, Michel Temer, asumió el cargo como presidente interino, y de inmediato designó un gabinete de extrema derecha. Lo más probable es que Rousseff sea sometida a juicio político y se le retire permanentemente del cargo. Ella no es el objetivo real. El objetivo es Lula. Bajo la ley brasileña, ningún presidente puede seguir en el cargo por más de dos periodos sucesivos. Ha sido la expectativa de todo el mundo que Lula sea de nuevo el candidato del PT en 2019.

Lula ha sido el político más popular de Brasil en mucho tiempo. Y aunque su popularidad se haya empañado en alguna medida por el escándalo de corrupción, parece mantenerse con la suficiente popularidad como para ganar las elecciones. Así que las fuerzas de la derecha, de hecho, intentarán acusarlo de corrupción y, por tanto, tornarlo inelegible para competir.

¿Qué pasará entonces? Nadie lo sabe de cierto. Los políticos de la derecha lucharán entre ellos por la presidencia. El ejército puede decidir una vez más tomar el poder. Lo que es seguro es que el PT está acabado. El PT buscó ejercer su poder como un gobierno centrista, balanceando su programa. Pero el serio déficit presupuestal y la caída de los precios mundiales del crudo y de otras exportaciones brasileñas ha desilusionado a un amplio espectro de sus votantes. Y como en muchos otros países de la actualidad, el descontento masivo conduce al rechazo de la política centrista normal.

Lo que podría hacer un movimiento sucesor del PT es retornar a sus raíces como un movimiento anti-imperialista consistente. Esto no será más fácil de lo que le fue al PT en 1980. La diferencia entre 1980 y ahora es el grado en que el sistema-mundo está en crisis estructural. La lucha es mundial y la izquierda brasileña puede jugar un papel central en él o deslizarse a la irrelevancia y la miseria nacional.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/05/21/mundo/018a1mun

Traducción: Ramón Vera Herrera

 

Retrato de una utopía retrógrada

 


El nuevo gobierno Temer está tomando decisiones desconcertantes que lo colocan en una posición de notable fragilidad. La impresión inicial es que se trata de un gobierno sin rumbo claro, tironeado por políticos deslegitimados que lo pueden llevar al naufragio.

Raúl Zibechi

El flamante Ejecutivo de Brasil está tomando decisiones desconcertantes que lo colocan en una posición de notable fragilidad. La impresión inicial es que se trata de un gobierno sin rumbo claro, tironeado por políticos deslegitimados que lo pueden llevar al naufragio.
De los 23 ministros que integran el gabinete del presidente interino Michel Temer, siete están procesados o investigados por delitos de corrupción, mientras que otros 12 recibieron donaciones de empresas vinculadas al escándalo de lavado de dinero de Petrobras.
La contumacia y la continuidad de la corrupción destrozan el argumento principal de quienes se empeñaron en destituir a Dilma Rousseff. Es, apenas, un síntoma de los retrocesos que encarna el nuevo gobierno. Buena parte de los ministros que integran el gabinete Temer han sido antes ministros de Rousseff. Es otra forma de corrupción: saltaron de un barco que se venía a pique para abordar otro que, esperan, siga navegando pese a las tempestades que jalonan la política brasileña. Corrupción, sinónimo de putrefacción

Hasta la Orden de Abogados de Brasil (OAB), ferviente promotora de la destitución de Rousseff, se manifestó contra la presencia de dos ministros en el gabinete que son investigados por corrupción, los de Planeamiento y de Turismo, afirmando que “quien sea investigado en la Operación Lava Jato no puede ser ministro de Estado” (Valor, sábado 14)

Tres crisis en una


La salida del PT, después de 13 años en el gobierno, se produce en medio de la mayor crisis económica de la historia nacional. El editorial del Financial Times, el mismo día de la destitución de Rousseff, se muestra escéptico de que Temer, de 75 años, sea capaz de lidiar con las tres crisis que enfrenta Brasil: la económica, la ética y la que provoca el sistema político
Según el diario londinense, urge estabilizar la economía apoyando a la industria privada, ya que las inversiones colapsaron durante la larga agonía del impeachment y el crédito se desmorona. Las acusaciones de corrupción que afectan a buena parte del Congreso pueden debilitar al recién nacido gobierno tanto como la situación de la economía, dice. “Temer debe permitir que las investigaciones sigan su curso –razona el diario de la City británica–, aunque eso lo deje expuesto, puesto que cualquier otra actitud va a corroer su magro apoyo popular.”

La tercera crisis deriva de la increíble fragmentación política que ha hecho de la democracia presidencialista brasileña una de las más complejas en el mundo, volviendo casi imposible lidiar con un arco parlamentario que incluye la friolera de 30 partidos

No será sencillo que el interinato consiga el primer objetivo. Los otros dos están fuera de su alcance.
El panorama que presentan las cámaras, el principal apoyo institucional de Temer, es desolador: 313 de los 503 diputados están procesados o acusados; en la misma situación figuran 49 de los 81 senadores. El defenestrado Eduardo Cunha, el archicorrupto ex presidente de la Cámara de Diputados, nombró esta semana tres cargos en el gobierno, pese a estar apartado de sus funciones por orden del Supremo Tribunal Federal.

El caso más grotesco es el del diputado André Moura , escogido por Temer como líder del oficialismo en la Cámara de Diputados y considerado una suerte de brazo derecho de Cunha, pese a pertenecer a un pequeño partido que cuenta con apenas nueve diputados. Moura tiene tres juicios en el Supremo, no sólo por corrupción (peccata minuta a esta altura) sino también por tentativa de homicidio, según reveló Folha de São Paulo el mismo día de su nombramiento.
El prontuario de Moura es alarmante. Fue alcalde del pequeño municipio de Pirambú, en Sergipe, cargo que aprovechó para apropiarse de alimentos y celulares y para poner a su servicio una flota de vehículos con sus respectivos conductores. Según la Policía Civil, cuatro encapuchados dispararon sobre la residencia de su sucesor en la alcaldía hiriendo a un vigilante, ya que se negó a entregarle un millón de reales para su campaña electoral para diputado por 
Sergipe

Futuro conflictivo


Que Temer no haya sido capaz de poner distancias con Cunha revela como mínimo dos graves problemas: que forma parte de la misma camada de corruptos y que tiene miedo del ventilador que puede encender el ex presidente de la Cámara en caso de ser procesado.

Aunque grave, el paso dado por Temer es apenas una pequeña muestra del camino que está comenzando a transitar. La periodista Eliane Brum lo resume en tres frases: “Sólo blancos, sólo viejos, sólo hombres. Ninguna mujer, ningún negro. Ese retrato es una imagen poderosa porque no representa al Brasil actual”, sostiene al analizar el nuevo gabinete (El País, lunes 16). Temer cerró el Ministerio de Cultura. Una decisión no sólo polémica sino que muestra un deseo de volver al pasado.

El cientista político André Singer, portavoz del primer gobierno de Lula, lo dice sin vueltas: “Con la traumática caída del lulismo se interrumpe una vez más el intento –en el fondo el mismo de Getúlio Vargas– de integrar a los pobres a través de una extensa conciliación de clases. Venció nuevamente la fuerte resistencia nacional a cualquier tipo de cambio verdaderamente civilizatorio. Incluso el más moderado y conciliador” (Folha de São Paulo, 15-V-16). Pero el Brasil de hoy es bien distinto de aquel de 1954 que empujó a Vargas al suicidio.
De algún modo, el gobierno interino puede interpretarse como un intento de frenar los avances de las clases subalternas, de reconstruir un orden agrietado, una utopía acariciada por las clases dominantes a lo largo de la historia. Pero esa utopía, como lo muestran los dos siglos posteriores a la revolución francesa, nunca consiguió aterrizar sus sueños, porque eran pesadillas para la inmensa mayoría de la sociedad.

Es difícil imaginarse un Brasil sin Bolsa Familia, sin cuotas raciales en las universidades o, como recuerda Brum, regresar a un país donde “los estudiantes de las escuelas públicas aceptaban en silencio la violación de sus derechos más elementales”.
Brasil está ante cambios invisibles, profundos, demoledores. No tanto desde 2003, cuando Lula llegó a Planalto, sino desde 2013 , cuando millones de jóvenes ganaron las calles luchando contra la desigualdad.

Primero en San Pablo, luego en Goiás y Rio de Janeiro, en estos momentos en Porto Alegre y Ceará, cientos de colegios secundarios fueron tomados y gestionados por jóvenes de 13 a 17 años. Sabemos lo que esto significa: una nueva generación de militantes sociales llama a las puertas del escenario político dispuesta a moverlo todo, a trastocar los planes de los poderosos

En tanto, la vieja clase política se muestra incapaz de comprender el mundo real. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores, el socialdemócrata aliado de Washington José Serra, declaró que Brasil hará acuerdos bilaterales porque “el multilateralismo de la última década fracasó”. El país cuyo primer socio comercial es China y tiene estrechas relaciones con Asia puede tener problemas serios si insiste en la senda anunciada por su canciller

Fuente: http://brecha.com.uy/

 

Entrevista a José Correia Leite

“Vivimos un cambio de era, no de coyuntura, eso explica la caída de Dilma"

Gabriel Brito

Dilma cayó, Temer asumió y un clima de incertidumbre se cierne sobre el país. Si, de un lado, las manifestaciones que respaldaron el impeachment no se repitieron siquiera mínimamente después del logro, de otro lado la reacción de los sectores progresistas, dentro y fuera del lulismo, todavía es confusa. Para analizar el intrincado momento histórico, Correio da Cidadania conversó José Correia Leite que liga la inestabilidad brasileira a un cuadro mundial no muy diferente de crisis sin soluciones.

-Correio da Cidadania: ¿Cuáles son los elementos centrales de la crisis política de este período que llevaron a la caída de Dilma?

-José Correia Leite: Son dos elementos básicos de partida. El primero es respecto a la naturaleza de lo que ocurrió. No tengo duda de que fue un golpe institucional, que está en la secuencia de un proceso visto en otros países de América Latina, como Honduras en 2009 y Paraguay en 2012. Gobiernos electos por el voto popular son sustituidos por articulaciones de ocasión de las oligarquías para derribar legalmente al presidente. Por tanto, frustran la voluntad y soberanías populares, al ver presidentes electos cambiados por oligarcas. Es la primera caracterización. Está de acuerdo con los cambios institucionales del continente en las últimas décadas, en que los militares ya no son la columna vertebral del conservadurismo, pero si las instituciones políticas y los grandes medios de prensa.

El segundo elemento central que parece definidor es que tenemos el agotamiento del ciclo petista, que corresponde a un cambio de período. No es simplemente el cambio de coyuntura, sino de período histórico, en sintonía con el mismo cambio de período histórico de América Latina. El período de reformas neoliberales de los años 80 y 90 generó resistencias populares que acabaron expresándose en casi todos los países, gobiernos que se decían “antineoliberales”, o con mandatos de tal orientación. Los partidos de izquierda fueron capaces de galvanizar el descontento con las políticas neoliberales y llegar a los gobiernos.

Raramente tales gobiernos hicieron rupturas con la orientación política neoliberal. Tuvieron el carácter de gobiernos que aplicaron políticas que podríamos definir como de redistribución neoextractivista. O sea, en la nueva división internacional del trabajo cupo a los países latinoamericanos el papel de ofrecer commodities, materias primas agrícolas más baratas para el avance de la industrialización asiática. En Brasil eso fue muy claro, inclusive con énfasis no solo en la exportación de minerales de hierro, productos agropecuarios, sino también con la extracción de petróleo el pré-sal . Al mismo tiempo se aplicaron políticas redistributivas. Los fondos venidos de tales exportaciones eran parcialmente derivados hacia políticas de redistribución del ingreso, que tuvieron impacto positivo en el combate a la pobreza, principalmente por la inserción de capas de la población en el mercado de consumo.

Ahora volvemos, en muchos lugares, a la aplicación de la política neoliberal plena. Significa un esfuerzo de reversión de elementos progresistas anteriores. Para la izquierda del continente, que vivió 15 años en un ambiente rosa, es un cambio sustancial. Es lo que va a ocurrir en Brasil.

-Correio da Cidadania: ¿Por tanto es el cambio de era, más allá de la coyuntura, lo que explica la transición forzada y hasta golpista del poder al PMDB y evita el fardo de presentar tal programa en una disputa electoral?

-José Correia Leite: Temer recibe un mandato para combatir la recesión económica con el programa que Dilma no conseguía llevar adelante. Es un gobierno vinculado ante todo al capital financiero y al agronegocio sin elementos reformistas como antes. Es un gobierno de carácter conservador. Eso queda claro en el gabinete ministerial, que tiene la emblemática figura del ministro de Justicia, Alexandre de Moraes, comprometido aquí en Sao Paulo con el escamoteo de informaciones básicas de seguridad pública. Ni siquiera informaciones de homicidios se logran obtener con tal figura. De los 21 ministros dos son investigados por corrupción y siete son citados por las investigaciones de la operación “Lava Jato”. Estamos, por tanto, lidiando con un grado enorme de gansterismo.

Es un gobierno que tiene un corte claramente conservador y al mismo tiempo no marca una ruptura tan profunda con el bloque de poder, cambiando al PT y PC do B por el PSDB y DEM. Así, muchos problemas que marcaron la política institucional permanecen. Eso hace con que podamos prever un escenario de inestabilidad, porque en principio el mandato viene con políticas muy impopulares: corte de gastos sociales, ajuste fiscal, congelamiento salarial...

No obstante tales políticas tienen un precio electoral. Y no me parece que la base de sustentación del gobierno se disponga a promover políticas. Así tendremos la continuidad de la inestabilidad política, pero bajo un gobierno conservador.

Esta inestabilidad también se hace presente por las cuestiones pendientes sobre la salida de Dilma -decisión del Supremo Tribunal Federal- y por la eventual divulgación de nuevas cuestiones de la operación Lava Jato.

Así, la política económica de corte liberal más claro puede provocar reacciones populares en las calles, movilizaciones importantes. Pienso que estas coordenadas diseñan lo que podemos esperar del gobierno Temer.

-Correio da Cidadania: ¿Sobre el agotamiento del ambiente rosa y la venida de una nueva derecha a retomar viejos ciclos, qué vislumbra usted en la economía en este momento?

-José Correia Leite: No da para retomar viejos ciclos. El cuadro internacional es muy desfavorable, no sólo en América Latina sino en el mundo en general. Desde 2008 el crecimiento es bajo en todas las regiones del planeta. Necesariamente el capitalismo tendrá que inventar alguna cosa nueva. A medio y largo plazo la aplicación de políticas neoliberales tiende a generar procesos mucho más recesivos.

Es muy difícil visualizar las alternativas posibles dentro del sistema. En todas partes el dominio del capital financiero sigue imbatible. El bloque del poder no se alteró en el mundo. Tenemos una continuidad de políticas neoliberales, con una gran capacidad de crecimiento. De ese modo podemos especular sobre eventuales salidas todavía más conservadoras, como se ve con la derecha xenófoba de Europa o con Donald Trump en los Estados Unidos. Significarán políticas más nacionalistas, más de corte autoritario.

En el caso brasilero es difícil que este tipo de nacionalismo gane terreno. Podemos tener un conservadurismo de naturaleza antisocial más establecido. Pasaría por el sustancial fortalecimiento de la figura de un Bolsonaro en la próxima elección en 2018. Pero todavía es especulación.

-Correio da Cidadania: Todavía dentro del contexto económico, recientemente el analista político argentino Jorge Benstein teorizó que la derecha que retorna al poder a través de figuras como Macri en Argentina no es igual a la derecha tradicional de los años 90, además de optimista tendría fundamentos económicos más sólidos. Sería algo más “nihilista”, una “lumpenburguesía”, lo que en cierta medida coincide con la columna de Jânio de Freitas en Folha de Sâo Paulo de este jueves. Gobierno al servicio de los que siempre tuvieron más, quieren todo de una vez y punto final.

-José Correia Leite: Sí, es una derecha con intereses completamente particularistas. En ese sentido es interesante recuperar el análisis de Marcos Nobre, de la Unicamp (Universidad de Campinhas) que estudia al PMDB. Según él, FHC (Fernando Henrique Cardoso) y Lula gobernaron con macrocoaliciones, grandes articulaciones de gobierno capaces de incorporar múltiples intereses particularistas a una orientación general. Y Dilma, frente a la crisis internacional, intentó alterar el cuadro de forma tecnocrática, lo que salió mal. Intentó, por ejemplo, mezclar un trípode macroeconómico, lo que sería una alternativa progresista, pero no fue capaz de consolidar una nueva orientación política para su gobierno. Al hacer eso se confrontó con intereses muy poderosos del capitalismo financiero global.

La pregunta que queda es: ¿será posible que en el próximo período exista una orientación política de la burguesía con capacidad hegemónica, de modo de reunificar múltiples sectores de la clase dominante y de la sociedad en torno de una orientación? Parece que no.

En ese sentido, y de acuerdo con el análisis de Benstein, asistimos en Brasil y en América Latina a una lucha desesperada de cada sector por su propia sobrevivencia. Y la disputa por las migajas en un cuadro en que la mesa está quedando más chica. Es un elemento importante para entender por qué Dilma cayó. No es algo inmediato. Ella, aparentemente, implementaba la continuidad de la política de Lula. Pero de hecho intentó dar estabilidad al gobierno con una continuidad de la política de FHC de contención macroeconómica, lo que mantenía al capital financiero dócil.

-Correio da Cidadania: ¿Cuánto hay de oposición de izquierda, cómo debería actuar, dentro o fuera de la institucionalidad?

-José Correia Leite: La recomposición de la izquierda es un proceso que lleva tiempo, e incluso los reposicionamientos tácticos demoran. Por ejemplo los petistas todavía se mueven lentamente. Hay un vacío en la orientación petista, dado que la propia Dilma es una figura difícil de lidiar. Pero Lula, ya hace tiempo, trabaja con la idea de quedar en la oposición y prepararse para la disputa de 2018. En ese sentido los petistas están construyendo una narrativa de lo que está pasando y cuál fue la naturaleza del golpe, con el fin de disputar una adhesión de masas. Eso busca consolidar su base social, que subsiste, e intentar preparar una nueva disputa más adelante.

Es una alternativa esencialmente falsa decir que el gobierno fue derrocado por sus cualidades, por haber promovido la inclusión, la reducción de la desigualdad, etc. Existieron tales elementos en la política, pero la disputa y la caída de Dilma se dio dentro de un cuadro en el cual la orientación era muy conservadora, con profundas políticas de ajuste.

Es evidente que el ciclo petista deja un legado de reducción de las desigualdades sociales en el país por la inclusión de sectores antes marginados del mercado como consumidores. Por tanto refuerza una serie de características conservadoras, cuya expresión más paradójica es la teología de la prosperidad de las iglesias pentecostales. Personas que viven bajo tal creencia y fueron “bendecidas” por esas políticas económicas, atribuyen la mejoría de su situación a dios, no a las políticas económicas.

Por tanto el legado es contradictorio. Claro que el PT y sus partidos satélites van a pasar a la oposición con un punto de vista progresista. Van a colocarse como izquierda que combate al gobierno de la derecha. Es el balance de los gobiernos de Lula y Dilma que venderán. Eso coloca para la izquierda que combatió el proyecto petista, hoy más visible en el PSOL (Partido Socialismo y Libertad), la tarea de conseguir llevar adelante un proceso de recomposición, de construcción de nuevas referencias, otro proyecto de poder para la sociedad brasilera, capaz de materializar un bloque histórico popular, con el fin de enfrentar las tareas pendientes, como las grandes reformas estructurales en la sociedad brasilera.

No será la afirmación de una izquierda solo a partir de lo nuevo. Tendrá que ser capaz de incorporar, además de las nuevas generaciones políticas, a una parte de aquellos que se identificaron en el pasado con las políticas de Lula y Dilma. Tendrá que ser capaz de conducir luchas de frente único, de dialogar con sectores del antiguo bloque histórico. Para dar un ejemplo concreto: una de las cosas que delinean en el gobierno Temer es la desvinculación presupuestaria de la educación y la salud. Claro que tiene un carácter de corte de inversiones sociales.

Para combatir este proyecto, el PSOl, el PCB (Partido Comunista Brasilero) y el PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado) pueden estar juntos en las calles junto al PT, el PCdoB (Partido Comunista del Brasil) y el PDT (Partido Democrático Laborista); lucharan juntos contra las políticas antisociales del gobierno Temer. Así, habrá una reeducación de la militancia que se forjó en los últimos 15 años de luchas contra el gobierno del PT y sus aliados. Por lo tanto es un giro político importante, pues tendremos algunas luchas de frente único al lado de sectores que eran gobierno hasta hace poco. Va a causar extrañeza en una militancia joven que pasó toda su vida política bajo los gobiernos del PT. Una generación que desarrolló conciencia en una época que los gobiernos petistas aplicaban políticas regresivas en varios aspectos.

Otro aspecto es que el PT tendrá que ser oposición en las calles también, terreno donde no sabemos exactamente lo que sobrevivió del partido, después de tanto tiempo en la institucionalidad. ¿Cuál será el poder de convocatoria de organizaciones como la CUT (Central Única de los Trabajadores) y la UNE (Unión Nacional de Estudiantes) como oposición? Tendremos varios test políticos en los que veremos con precisión el reposicionamiento político del petismo en la lucha de clases brasilera. En principio será una oposición de izquierda a un gobierno de derecha, aunque todavía una izquierda bastante color rosa, con colores muy pálidos luego de su pasaje por el gobierno.

Y también muy comprometida con la campaña de Lula en 2018, figura que es blanco de una destrucción de la derecha, pero que mantiene un apoyo popular importante. Sabemos que el proyecto de Lula es extremamente moderado, un proyecto donde todos ganan, desde los banqueros a los beneficiarios de la Bolsa Familia. Algo así ya se mostraba impracticable en el primer mandato de Dilma, en función de la profundidad de la crisis. Es otro elemento de disputa entre la izquierda socialista y el petismo en el próximo período.

Todo eso hace parte de una disputa narrativa y un balance de lo que pasó en Brasil y en América Latina en la última década y media. La izquierda socialista apunta, por encima de todo, a la insuficiencia de las políticas del lulismo. El petismo va a enfatizar los logros obtenidos bajo los gobiernos de Lula y Dilma. Tal disputa de narrativa es clave para el futuro de la izquierda brasilera. Definirá cual será la fuerza de izquierda socialista en el próximo período.

-Correio da Cidadania: ¿Vislumbra la posibilidad de que la idea de elecciones generales gane fuerza en el sentimiento popular?

-José Correia Leite: Para completar tendremos que saber cuál será la bandera de enfrentamiento al gobierno Temer. En este año, en lo inmediato, no puede ser otra que nuevas elecciones. Sabemos que no existe correlación de fuerzas para eso, pero puede existir y tornarse opción masiva en caso de que el gobierno Temer no consiga presentar soluciones estabilizadoras de corto plazo. Puede ser también un elemento de inestabilidad, de peso, para el gobierno Temer. El problema es que esa bandera ha sido bloqueada por el propio PT, con el argumento de que Dilma tiene que agotar todo el proceso legal del impeachment . Pero así perderemos el momento de levantar esa bandera, que debería estar pronta para salir a las calles ahora mismo.

Mientras tanto el petismo está discutiendo que no puede levantar esa bandera ahora porque perjudica la defensa de Dilma en el Senado y el Supremo Tribunal Federal. Es un preciosismo completo. Estas instituciones están comprometidas con el golpe institucional. Por eso la única posibilidad de revertir el juego e impedir que el gobierno Temer se asiente es cuestionar su legitimidad y apuntar que el cambio de gobierno debe estar de acuerdo con la voluntad soberana del pueblo, con nuevas elecciones.

Claro que idealmente tales elecciones deberían ser también elecciones parlamentarias, a fin de barrer la corrupción generalizada que toma cuenta del Congreso. Pero eso sólo sería posible con una sublevación popular en las calles contra el orden político, como en 2013, pero de modo muy amplificado. No me parece que eso esté en el horizonte, inclusive por el desgaste institucional del PT y el grado de articulación entre golpistas, instituciones, grandes medios...

La demanda de la convocatoria de nuevas elecciones para presidente es relativamente simple de hacer y ser entendida por el pueblo, en torno del 60% de las personas ya prefieren nuevas elecciones. Pero la idea pierde validez y caduca en caso de que el gobierno de Temer termine el año estable. Pero, en un plazo inmediato, es la bandera que puede mover la correlación de fuerzas de la actual coyuntura.

Gabriel Brito, Docente en ciencias políticas, militante del PSOL.

Fuente http://www.correiocidadania.com.br/index.php?option=com_content&view=article&id=11668:2016-05-13-18-45-46&catid=72:imagens-rolantes

Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

 



 
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